La
aparición del Caballero de Fuego: "dueño" y chivo expiatorio contra
la "viruela negra"
Una de las primeras acciones milagrosas llevadas a cabo por san
Diego en la población, si no es que la primera, hunde sus raíces en un oscuro
tiempo mítico cuya antigüedad oscila entre los 200 y los 400 años, según el
informante que refiera el hecho. Desmanes cronológicos al margen, lo que no
ofrece ninguna duda es la labor benéfica realizada por el santo a la hora de
terminar con una epidemia de "viruela negra" que amenazaba con
extinguir a la totalidad de los habitantes de Nunkiní. Los relatos al respecto
tampoco ofrecen grandes variaciones al remarcar la virulencia con que la
enfermedad azotó la población, provocando numerosos muertos y afectados, así
como la impotencia que sentían los jmeeno'ob — especialistas tradicionales en los
rituales indígenas de la salud—ante la imposibilidad de dar con un remedio
efectivo para hacerla remitir.
Sin embargo, varios fueron los informantes que señalaron
precisamente como fue a través de uno de estos jmeeno'ob locales como se logró dar con la
solución definitiva del problema. Y es que, según los relatos, fue el propio
san Diego de Alcalá quien hizo acto de presencia en los sueños de uno de los
más respetados jmeen de la población, don José Aké, para
transmitirle de viva voz un mensaje. En él le hacía saber que, a
cambio de que los habitantes de Nunkiní fabricaran un muñeco con la apariencia
de un español a tamaño real para hacerlo explotar en la plaza del pueblo, él
acabaría con la viruela. En algunas versiones se especifica que el santo
patrono informó a este mismo jmeen que la causa de que Nunkiní estuviese
padeciendo la viruela negra era un castigo impuesto porque las personas de la
comunidad habían abandonado mayoritariamente el tradicional cultivo de la milpa
para trabajar en beneficio de los dzulo'ob en las vecinas haciendas
henequeneras de Tankuché y Santa Cruz. Fuera
o no un castigo, lo que se expresa en todas las narraciones es que este
intercambio (o ke'ex como se le denomina en maya) propuesto
por el santo patrono fue rápidamente transmitido por el jmeen al resto de sus vecinos, aceptado por
todos y llevado a cabo con premura y apego a lo indicado por san Diego en el
sueño. El resultado no se hizo esperar y la población vio desaparecer la
viruela negra muy poco tiempo después.
Otras versiones apuntan a que fue gracias a una promesa formulada
a título comunitario por todos los nunkinienses como se logró acabar con esta
epidemia. Por este medio, a cambio del milagro solicitado, el pueblo en pleno
se comprometía a cooperar para fabricar y vestir la imagen a tamaño real de un dzul para, acto seguido, llevarla frente a
la iglesia donde residía el santo y hacerla explotar ante su vista.
Fuese de una forma u otra, lo que actualmente resulta obvio pensar
es que con la muerte figurada y teatralizada de un español, representado éste
por un muñeco antropomorfo de casi dos metros de alto que vestía (y viste)
ropa, calzado y sombreros de tipo "español", y que además llevaba
todo su cuerpo relleno de pólvora que
simbolizaba el fuego de la viruela negra, se
estaba representando a la perfección la victoria de Nunkiní sobre la mortal
epidemia. Nada parecería pues más lógico que inmolar a un extranjero hispano
para intentar acabar con los padecimientos y muertes ocasionados por una
patología que sus mismos "paisanos" habían traído desde Europa
"a bordo", tanto de sus organismos, como de las carabelas,
bergantines y galeones que los transportaban al "Nuevo Mundo".
En un primer momento, este muñeco de madera fabricado para morir
parece haber desempeñado el tradicional papel de "chivo expiatorio".
Es decir, como encarnación y depósito de todos los males que aquejaban a
Nunkiní, por lo cual era sacrificado mediante el fuego para que se los llevase
consigo a la otra vida. Pero al mismo tiempo, al fungir como encarnación y
"dueño" de la viruela negra, cuando el Caballero fuera inmolado en el
centro de la población se estaría teatralizando, a través de un proceso de
magia simpatética e imitativa, la desaparición de ese mismo mal en todo el
espacio comunitario. Así, al dar una muerte tan violenta al Dzul li'k'áak, cuyo
cuerpo prácticamente desaparecía a consecuencia de la fuerte deflagración
provocada por los tres cuartos de kilo de pólvora que llevaba alojados en su
interior simulando sus órganos vitales, se estaba haciendo también desaparecer
de una forma contundente la epidemia.
Lo que resulta claro para los vecinos de Nunkiní en la actualidad,
es que fue gracias a la interacción y estrecha colaboración que se dio entre el
santo patrono y el Caballero de Fuego como se logró superar una situación
crítica, que incluso llegó a poner en riesgo la existencia misma de su propia
comunidad. No en vano, en la tradición oral local existente en torno a la imagen
del santo patrono, el hecho referido está considerado como su primera acción
milagrosa en el tiempo y en importancia de todas cuantas ha llevado a cabo en
la población desde que hiciera su arribo, después de que mágicamente hubiese
aumentado el peso de su cuerpo-talla de madera para evitar seguir camino junto
a sus cargadores y acabar siendo transportado a otra localidad.
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